La vida a ratos de Christian Ibarra

“Si no existiese lo breve no existirían las flores.”
Antonio Porchia


Reseña por Laurie Garriga

Hay una dulzura innegable en el trabajo de Christian Ibarra, La vida a ratos (2008), en su manera de fijar, de demarcar con tanta delicadeza 57 hojas de historias que celebran los comienzos. Es precisamente una mirada afinada a los diminutivos, más allá de la palabra -aunque por medio de ella- y de la extensión del relato. Son pedacitos que pocas veces sobrepasan la extensión de una página y que sin importar su condición de brevedad se juegan contiguamente lo violento, la crudeza y la inocencia, todo matizado.


El autor conjuga con excepcional esmero un día a día que de tan cerca se tiende a pasar de largo. Son tal vez las canicas que le dejan los niños recién adoptados a los que aun esperan su turno, el lustrabotas de la plaza y su afición, un tren de juguete roto para que no crezca y se convierta en metro avasallador o el abecedario que espera a ser convocado. Es la garra del olvido, de la ceguera y de la memoria, rescatadas con detenimiento por el joven escritor de 24 años:

“Al principio, irse era un verbo sencillo. Te podías ir de un parque y dejar ahí abandonadas ciertas hojitas, que quizás quisiste por un rato, sin que necesariamente esto te incomodara mucho. Irte de un bar, o salir contento de la biblioteca porque encontraste lo que no buscabas. Encontrar lo que buscabas no te llenaba del todo; las causas, los efectos, todas esas sandeces que la gente ignora...Pero se hizo tarde, demasiado tarde. Descubriste el duro golpe del regreso.”(Irse, p.30)


Muy consciente de que todo está dicho, Ibarra emplea el silencio y la sugerencia como técnica reveladora: “Sus ojitos pequeños le brillaron y no pudo contarme más” (Aquella lluvia, p. 24). Habla desde el borrador, el escritor sabe que ha de seguir insinuado sin punto final. Entre otras tantas cosas, ahí se encuentra la magia de la obra, el talento del autor; una oración reanuda algún lugar común -la niñez, la vejez o el tiempo- y lo reinventa: “Cómo voy a estar muerta si me quiero morir. Se supone que los vivos sean los únicos capaces de querer, ¿no? ” (V, p.35).


Sobre el microcuento Juan Ramón Jiménez anotó: “un libro puede reducirse a la mano de una hormiga porque puede amplificarlo la idea y hacerlo universo”. Es por ello que La vida a ratos, apuesta por subvertir las dimensiones. Cada microrrelato -muy a pesar de su concisión- va a establecer una gran cadena analógica que emerge -para la sorpresa del lector- algunas cuartillas más adelante. Es la palabra desnaturalizada y fecunda en fuga.


Publicada bajo la editorial puertorriqueña Aventis, La vida a ratos celebra los universos y los inicios al cobrar plena consciencia de su capacidad de infinitud. De esa infinitud congregada. Tal cual el personaje de la mujer cartero, la obra se contenta “siendo puente entre gente... ese trozo de misterio era su mayor satisfacción” (p.15).

 

Textos consultados:

Ibarra, Christian. La vida a ratos. Puerto Rico: Aventis, 2008. Impreso.

Jiménez, Juan Ramón. Cuentos largos. Red cibernética. 31 de enero de 2012.
http://elcajondesastre.blogcindario.com/2006/02/00374-cuentos-largos-juan-ramon-jimenez-micro-cuento.html

Noguerol, Francisca. “Palabras galvanizadas”, Por favor, sea breve 2: Antología de microrrelatos. Madrid: Páginas de espuma, 2009. Impreso.

Obligado, Claudia. “Por favor, sea breve 2: Antología de microrrelatos.” Madrid: Páginas de espuma, 2009. Impreso.

Porchia, Antonio. “Voces abandonadas.” España: Pre-textos, 2001. Impreso.